EL PROCESO COMUNICATIVO DEL LENGUAJE


El papel de la comunicación en el proceso de enseñanza-aprendizaje es uno de los principales factores que intervienen en el mundo educativo, tanto dentro como fuera del aula. La educación es, sobre todo, un proceso de comunicación y socialización del individuo, por lo tanto, debemos tener muy presente la importancia de que se produzca de una manera correcta y eficaz. Los docentes deberían tener presente, entre otras cosas, el tono de voz con el que hablan, las palabras que utilizan o las situaciones en las que se comunican. 

Desde la Teoría de la Comunicación, el proceso de enseñanza- aprendizaje es un proceso comunicativo cuya finalidad es propiciar la adquisición de conocimientos, destrezas y actitudes, es decir, conseguir que se produzcan aprendizajes. En una primera vía el profesor es el emisor de un mensaje y el alumno es el receptor del mismo, quien a su vez puede, o no, mandar nuevas informaciones al emisor, dependiendo de cómo haya recibido y procesado esos mensajes. Si no los mandase estaríamos ante una enseñanza o comunicación de corte tradicional. En cambio, si los manda estaríamos ante una comunicación y un proceso de aprendizaje activo que, a través del feedback, informaría sobre cómo va ese proceso comunicativo / educativo. Por otra parte, para la transmisión del mensaje tanto el emisor como el receptor utilizan algún medio que serían en este caso las estrategias, las actividades y los recursos materiales.

La enseñanza, pues, está en función del aprendizaje: no tiene sentido en sí misma. El proceso de enseñar está imbricado en el proceso de aprender, son como las dos caras de una misma moneda. El proceso de enseñanza/aprendizaje (comunicación) es un proceso interactivo en el que el alumno también emite mensajes hacia el profesor, padres... Es, pues, una comunicación bidireccional que debe utilizar el educador como fuente de información para detectar fallos y aciertos en su trabajo educativo, para subsanar carencias de información de los alumnos y para confirmar la consecución de los objetivos propuestos y controlar el proceso seguido.

Una cuestión que debemos tener muy presentes como docentes es que comunicamos incluso cuando no queremos comunicarnos. De esta manera, el dominio de la comunicación no verbal nos puede ayudar a impulsar nuestra comunicación verbal. Conocer cómo se comunican los alumnos, qué nos transmiten con su lenguaje corporal, qué nos quieren decir con sus palabras, supone tener presente una parte de la comunicación que es esencial para llegar con éxito a ellos y que se produzca un verdadero proceso educativo. Algo parecido ocurre con la comunicación verbal, dependiendo del tono de nuestra voz, del énfasis o desdén que pongamos en nuestra entonación, de las palabras que utilicemos, transmitiremos una cosa u otra a nuestros alumnos.

LAS DIFERENTES FORMAS DE COMUNICACIÓN: ESTÍMULOS VERBALES, VOCALES, FÍSICOS Y SITUACIONALES

Cualquier profesional tiene que poner en práctica de uno u otro modo distintos modos de comunicación a lo largo de su carrera. De hecho, una parte muy importante del éxito profesional está ligado a ser un buen comunicador. 


Las palabras poseen un increíble poder. Las personas que dominan la fuerza de las palabras tienen el poder de persuadir, de inspirar, de cautivar y de influenciar, de mil maneras, el cerebro humano. No sorprende, entonces, que las palabras y su poder se hayan convertido en uno de los conceptos más importantes de la revolución del conocimiento del siglo XXI.

En el caso de los profesionales de la educación estas afirmaciones cobran aún más importancia ya que la inmensa mayoría del tiempo se dedica a la comunicación con los alumnos, con otros profesores o con la comunidad educativa. 

En primer lugar, debemos tener presente tanto las palabras que realmente utilizamos cuando hablamos como la forma en que las decimos. Por otra parte, debemos ser conscientes de la influencia que tiene la vertiente física de nuestra comunicación, entendida esta como el lenguaje corporal. Y, por último, y no por ello menos importante, debemos prestar atención a los aspectos situacionales o ambientales que intervienen en la comunicación. Diversos autores dan soporte a esta visión de las distintas maneras de comunicarnos basadas en los aspectos anteriormente comentados denominándolas como estímulos verbales, vocales, físicos y situacionales–ambientales.

Estímulos verbales: Las palabras que utiliza el emisor en el proceso de comunicación, es decir a lo que dice literalmente, las palabras verdaderamente pronunciadas.

Estímulos vocales: Forma en que se pronuncian las palabras utilizadas, es decir, la velocidad con la que se dicen, el volumen, la entonación que se utiliza, etc.

No cabe duda de que el estado en el que nos encontramos desde una perspectiva emocional cuando hablamos va a condicionar ostensiblemente el modo en que emitimos las palabras durante nuestra comunicación. Así, cuando estamos enfadados tendemos a subir la voz y a aumentar la velocidad, por el contrario, cuando estamos tranquilos tendemos a utilizar un tono más pausado, reposado y monocorde.

Estímulos físicos: Nos referimos aquí a aquello que conocemos como el lenguaje corporal, que incluye los gestos, los movimientos y la expresión facial. Si no somos sensibles a este tipo de estímulos, estaremos perdiendo gran parte de la información que nos traslada, incluso de un modo inconsciente, nuestro interlocutor.

Estímulos situacionales-ambientales: Hacen referencia tanto al contexto en el que se produce la comunicación como al aspecto del que habla. Esto último nos va a transmitir información del emisor, como, por ejemplo, su estatus dentro de la organización educativa. Por el contrario, la situación nos va a aportar información sobre el entorno en que se da la comunicación, los recursos físicos, como se distribuyen estos, etc.

FACTORES QUE INTERVIENEN EN UNA COMUNICACIÓN EFICAZ EN EL AULA


En ciertas ocasiones a lo largo de nuestra vida, por ejemplo, cuando éramos estudiantes, hemos tenido grandes experiencias al asistir a clases en las que el profesor nos cautivó con su discurso, en las que conseguía que sostuviéramos nuestra atención completamente en el mismo sin distraernos. Desgraciadamente, en más ocasiones aún, hemos experimentado clases soporíferas en las que los bostezos se apoderaban de nosotros como consecuencia del discurso aburrido de un profesor, monocorde e insípido, en el que no conseguía engancharnos. Pero, ¿qué es lo que diferencia la clase del primer caso respecto a la clase del segundo caso? Son cuatro los elementos que provocan la diferencia entre un profesor que engancha al alumno con su comunicación y el que no lo hace: Control de Distancia, Control Corporal y Vocal, Control de Palabra y Control de Situaciones.

  1. Control de distancia

La distancia que ocupa el docente en el aula respecto a sus alumnos puede darnos una idea preliminar de qué tipo de relación pretende establecer con ellos.

Resulta una herramienta fundamental para conseguir establecer un buen contacto personal. La distancia de relación de un individuo con los demás se define a través de una serie de círculos concéntricos que serían los que se exponen a continuación:

El primero de esos círculos lo denomina espacio íntimo y se extendería hasta un radio de 46 centímetros aproximadamente. Cuando algún extraño se mete en ese espacio normalmente nos sentimos incómodos y nos ponemos tensos. Es un espacio reservado a las personas que amamos.

A continuación, estaría lo que denomina con el término de distancia personal que comprende el espacio que se establece entre los 46 centímetros y 1,22 metros. En esta distancia aún es posible el contacto físico con nuestros interlocutores, percibimos detalladamente sus rasgos faciales y tendemos a hablar en una voz ostensiblemente más baja que a otras distancias superiores. Cuando nos expresamos junto a nuestros alumnos en esta distancia tenemos, alumnos y profesor, una sensación mayor de participación. Es un espacio que solemos reservar a nuestros amigos y familiares.

La distancia social sería el siguiente círculo y sería el espacio que se sitúa entre los 1,22 y los 3,66 metros. La mayoría de nuestras interacciones en el ámbito del trabajo o aquellas que realizamos con la gente en la calle se sitúa en esta distancia.

En este tipo de espacios disminuye notoriamente la posibilidad de contacto físico con nuestros interlocutores, así como la percepción de detalles del rostro, la vestimenta, etc., lo cual nos lleva a tener que mirar durante más tiempo a las personas para percibir esos detalles.

Por último, la distancia pública se situaría más allá de los 3,66 metros. En estos casos nuestra interacción con los demás se torna más formal, medimos más las palabras que utilizamos y cuidamos más nuestra sintaxis. A esta distancia se pierden ciertos detalles específicos de la expresión facial, la vestimenta, etc. Por tanto, cuando alguien se comunica en esta distancia solo recibe un número muy limitado de retroalimentaciones no verbales sobre su discurso. También se sube ostensiblemente la voz y pronunciamos con más detalle las palabras que utilizamos. A esta distancia la sensación del que escucha es más próxima a no estar participando o a estar haciéndolo poco.


Es fundamental en nuestra labor de comunicación en el aula dominar y tener presentes las distancias aquí descritas ya que nos pueden resultar de gran utilidad para conseguir una mayor implicación y participación de nuestros estudiantes. Además, dependiendo de la distancia a la que nos situemos respecto a nuestros alumnos en nuestras clases, podremos conseguir más o menos retroalimentación sobre nuestro proceso de comunicación. No tener presente estas cuestiones nos puede situar en la esfera de ser malos comunicadores. No es lo mismo un profesor que da una clase magistral subido a la tarima o que se sienta en una silla delante de su mesa, situándose siempre en la distancia pública, que otro que deambula por la clase, por los pasillos laterales o central que hay entre las mesas.

  1. El control corporal y vocal



Normalmente acomodamos el volumen de nuestra voz a la distancia a la que se sitúan nuestros interlocutores. Tendemos a disminuirla en las distancias cortas y a aumentarla en las distancias más largas como ocurre en la distancia pública. Si no hiciéramos esto en el aula nuestra comunicación se vería influenciada negativamente. Otra herramienta muy útil es la entonación; los cambios que el profesor realiza en este sentido ayudan a mantener la atención, a resaltar ideas importantes, a mantener la intriga de una explicación. Si nosotros como docentes no variásemos nunca nuestro tono de voz, produciríamos un discurso monocorde que rápidamente aburriría a nuestros alumnos con la consiguiente pérdida de atención. Cuando durante una exposición didáctica el profesor baja deliberada y repentinamente la voz, obliga a sus alumnos a concentrarse en lo que está diciendo y al subirla nuevamente está fijando el mensaje concreto que está dando en ese momento. El tono y el volumen de la voz tienen un significado concreto a nivel emocional. Normalmente tendemos a aumentar el tono y la velocidad cuando expresamos alegría, ira, ansiedad, emoción y entusiasmo. Por otra parte, sentimientos como la tristeza, el miedo, la admiración y el pensamiento profundo se traducen en un ritmo lento de nuestro discurso. El lenguaje corporal va a complementar y a potenciar los significados emocionales de nuestra comunicación en el aula ya que el cuerpo está íntimamente relacionado con el estado emocional de la persona y se pone de manifiesto en la gesticulación. Los gestos no deben ser planificados, sino que deben acompañar espontáneamente al que habla, expresando así su emotividad. No debemos esforzarnos en inhibir la respuesta natural del cuerpo, los movimientos deben ser auténticos ya que son la expresión del pensamiento del que habla. Por tanto, debemos aprender a relajar nuestro cuerpo cuando hablamos, de manera que nuestras respuestas corporales surjan tranquilamente, con serenidad. No cabe duda de que a través de nuestro lenguaje corporal podemos enviar mensajes que son importantes en el proceso de comunicación.

Por ejemplo, cuando alguien va a comenzar a hablar puede alejar la mirada hacia el horizonte dándole a su discurso un cierto aire de solemnidad. Otro ejemplo lo encontramos cuando queremos parar de hablar y pedimos que los demás intervengan; en este caso solemos fijar nuestra mirada expectante en los alumnos esperando su respuesta como diciendo: ¿cuál es vuestra opinión sobre esto? Este tipo de conducta no verbal hace que nuestros interlocutores comprendan que es su turno de hablar. También a través de la gesticulación expresamos significados concretos a nivel de conocimiento, no solo desde la perspectiva emocional. Así cuando queremos señalar contraposición de ideas o perspectiva podemos enfrentar nuestras manos con los puños cerrados o chocando la punta de los dedos extendidos. O cuando dibujamos con nuestras manos en el aire para expresar una forma concreta como un círculo o u cuadrado. O cuando señalamos con el dedo índice potenciando la dirección de una determinada idea o planteamiento. En otras palabras, estamos transmitiendo información concreta apoyándonos en nuestro cuerpo y el movimiento de este. Por último, es muy importante que exista una correlación entre los mensajes verbales que emitimos y los no verbales o corporales, evitando que exista una discrepancia o conflicto entre ambos. En los casos en que ambos modos de comunicación son discrepantes, los interlocutores suelen prestar más atención a la comunicación no verbal que a la verbal. En definitiva, no podemos prescindir de todos estos matices, tanto corporales como vocales, ya que si no nos valiésemos de ellos estaríamos perdiendo gran parte de nuestra efectividad como comunicadores, y por ende, como docentes.

  1. Control de las palabras

Independientemente del énfasis que hemos puesto en el modo en que nos expresamos a través de los gestos y cómo pronunciamos nuestro discurso desde la perspectiva de la entonación, no cabe duda de que las palabras realmente pronunciadas tienen un gran peso en a la hora de transmitir ideas y significados cognitivos y emocionales.

La elección de las palabras hecha por el hablante, indica ya en parte sus sentimientos hacia un tema o una persona. ¿Qué sentimientos expresamos cuando calificamos a un hombre de “franco”? Y, por el contrario, cual será nuestro sentimiento cuando le llamamos “deslenguado”. Ambas palabras significan que “se dice la verdad”, sin embargo, la primera tiene una connotación positiva, la segunda negativa.

La elección de las palabras que utilizamos en nuestra comunicación puede conferirle al mensaje una connotación positiva o negativa. Las palabras se convierten en elementos fundamentales de nuestra forma de comunicarnos, con grandes implicaciones a nivel de significado. También debemos tener presente el contexto en el que nos comunicamos cuando elegimos unas u otras palabras ya que en función de donde nos encontremos pueden ser percibidas como positivas o como negativas. Por ejemplo, decirle a un niño de 4 años cuando llora “pobrecito, es que es muy pequeño”, puede ser visto por este como algo afectivo, como un gesto de cariño del profesor hacia él. Sin embargo, si esas mismas palabras las utilizase con un niño de 10 años, este podría ver las palabras del profesor como una burla. Antes de utilizar unas u otras palabras debemos preguntarnos si el sentimiento que estamos transmitiendo es positivo o es negativo.

Otro aspecto importante a la hora de seleccionar nuestras palabras es cerciorarnos de que el léxico de nuestros interlocutores lo suficientemente amplio como para comprender lo que queremos comunicar. Muchas veces cuando hablamos sobre alguna cuestión que dominamos profundamente nos olvidamos de que el que tenemos en frente no lo hace, y utilizamos un léxico excesivamente especializado que puede conducir a que nuestros alumnos se pierdan por falta de comprensión. Las palabras que utilizamos son un medio para transmitir conocimientos y pensamientos complejos, por tanto, debemos pararnos a autoformularnos preguntas como, por ejemplo: ¿el nivel intelectual de nuestros alumnos está acorde a la terminología que estoy utilizando?; ¿me están comprendiendo fácilmente o requiere un esfuerzo ímprobo que lo hagan?; ¿resulta claro e inteligible lo que cuento a los alumnos o por el contrario es complejo e inabordable para ellos?; ¿utilizo estructuras sintácticas muy complejas?; ¿utilizo palabras poco frecuentes o por el contrario tiendo a utilizar palabras de fácil comprensión y cotidianas? Controlar las palabras implica controlar el vocabulario, su uso y su estructura acomodándolos a los distintos tipos de interlocutores que podamos tener. Debemos preguntarnos si estamos utilizando las palabras adecuadas que permitan a nuestros alumnos comprender nuestro mensaje.

  1. Control de situación

Además de la información que transmitimos con el lenguaje corporal, el tono de nuestra voz y las palabras que utilizamos; podemos enviar mensajes a nuestros interlocutores con otro tipo de canal, como es la propia situación en la que se produce la comunicación. Transmitimos información, por ejemplo, con las herramientas que utilizamos en nuestro proceso comunicativo, como pueden ser los artilugios tecnológicos, un determinado ordenador, la proyección de una presentación creada con algún programa concreto de los que existen en el mercado para tal fin, con unos efectos visuales llamativos, un determinado colorido en nuestras diapositivas, etc. Estos elementos pueden ayudarnos a transmitir un mensaje de tecnología, modernidad, frescura, innovación, etc. La falta de consciencia sobre estas cuestiones puede llegar a producir que la comunicación quede anulada, especialmente si la fisonomía de la situación es contradictoria con el mensaje que expresamos verbalmente. Debemos tener, también, presente el mobiliario y su disposición en nuestra clase, ya que influyen en la situación de comunicación y aprendizaje. Así, por ejemplo, debemos conseguir un mobiliario que permita realizar distintas configuraciones que ayuden a llevar a cabo distintos tipos de procesos comunicativos. A lo largo de los últimos años han tomado un peso especial en las presentaciones que realizan los profesores en el aula una serie de elementos tecnológicos como las pizarras digitales, los video-proyectores, las computadoras y el software especializado en presentaciones. El docente del siglo XXI no puede dar la espalda a estos cambios ya que es preciso que domine ese lenguaje tecnológico para, en primer lugar, tener un nexo de intereses con sus alumnos (casi todos los niños se sienten atraídos por este tipo de elementos) y, en segundo lugar, para ejercer un control sobre la situación que le permita comunicarse con solvencia apoyándose en estos elementos.

CUESTIONES QUE DIFICULTAN LA COMUNICACIÓN EN EL AULA

Pese a que muchas veces nos esforzamos por realizar una buena comunicación en nuestras clases no siempre lo conseguimos. El proceso comunicativo está frecuentemente salpicado de obstáculos que impiden o dificultan esta comunicación. Identificar esos obstáculos, ponerle límites y superarlos resulta de gran ayuda de cara a mejorar el proceso de comunicación que llevamos a cabo en nuestra aula.

Existen tres procesos que van a dificultar o a impedir el proceso de comunicación, que estarían relacionados con la falta de atención, las interpretaciones erróneas y el encubrimiento conductual.

  1. Falta de atención


En muchas ocasiones, cuando estamos escuchando a alguien realizando una exposición, aquello sobre lo que está hablando se sitúa fuera de nuestra escala de prioridades en relación con las cosas que nos interesan, que nos preocupan o que nos estimulan. Esta discrepancia entre nuestros intereses y lo que se está contando puede hacer que nuestra atención se disipe o que vaya saltando de unos pensamientos a otros. Esto se convierte en una barrera que va a impedir al que escucha focalizar su atención en el mensaje que está enviando el que habla. Esto también puede ocurrir cuando un alumno se distrae en forma de anticipación, es decir, cuando se anticipa porque piensa que sabe lo que va a decir a continuación el profesor antes de que este lo diga. Suele ocurrir con estas personas que piensan que por haber escuchado en el pasado a alguien hablar sobre un asunto concreto, no necesitan prestar atención a lo que se está explicando, lo cual le lleva a pensar en otra cosa y a distraerse. Está muy relacionado con la meta-ignorancia, es decir, pensar que se ha comprendido algo cuando en realidad no se ha comprendido. Esto no es exclusivo de los alumnos, también, muchas veces los profesores tienden a completar las frases de los estudiantes cuando estos están hablando, lo que les impide expresar con claridad sus razonamientos y puntos de vista. Otras veces ocurre que, debido a la monotonía de la explicación, al agotamiento mental, el tono monocorde del que habla, los murmullos continuos u otros factores, el alumno deja su mente en blanco, de manera que desconecta y deja de prestar atención a lo que se está comunicando.

También, en ocasiones se da entre los estudiantes más preocupados por expresar sus ideas (“espera mental”), es decir, el alumno se centra más en la expresión de su punto de vista que en lo que realmente está diciendo el profesor. Es el típico alumno que está esperando cualquier momento de pausa para tomar la palabra y exponer sus ideas, lo cual le sitúa habitualmente en una actitud de estar a la espera, en una situación pasiva, que le impide el realizar una escucha activa y comprensiva. Por último, puede ocurrir también que el oyente focalice su atención de un modo parcial únicamente en un tipo de estímulos, por ejemplo, que preste atención únicamente a las expresiones no verbales del profesor o al tono, en vez de a las palabras que realmente está pronunciando. Puede suceder también, al contrario; que preste atención únicamente a lo que literalmente dice el profesor, sin prestar atención a su lenguaje no verbal, lo que le priva de la gran cantidad de información que se transmite a través de este. En otras palabras, la falta de atención es uno de los principales obstáculos con los que se encuentran los docentes en el aula por tanto deben recurrir a elementos situacionales, verbales, vocales y físicos que les permitan captar la atención de sus interlocutores, es decir, de sus alumnos.

  1. Interpretaciones erróneas



En contra de lo que pueda parecer a primera vista, los estímulos que recibimos no son interpretados siempre del mismo modo por distintas personas. Esto es debido a que gran parte de la información que percibimos a través de nuestros sentidos es fruto de nuestra propia deducción, la cual está determinada por nuestros intereses y las actitudes. Uno de los factores que más influye en esto es la propia personalidad del individuo ya que, por ejemplo, una persona que se siente insegura puede interpretar un determinado mensaje como una amenaza, aunque realmente no lo suponga. Por tanto, el tono que utilizamos al hablar, los gestos que realizamos, o las palabras que elegimos en nuestra comunicación, pueden ser interpretados positivamente por unas personas y negativamente por otras, lo cual nos lleva a pensar que el factor personal está muy presente. Esto ocurre también con el lenguaje no verbal: puede tener diferentes significados según la persona que lo decodifique. Este hecho adquiere una especial relevancia cuando personas de diferentes culturas y procedencias entran en contacto. Lo mismo pasa con el contacto físico directo, para los países de la cuenca mediterránea puede ser algo natural, en cambio para un japonés, un alemán o un inglés puede resultar invasivo. Cuando se mezclan distintas personas, especialmente si son de diferentes procedencias y culturas, se pueden dar interpretaciones erróneas de los mensajes no verbales. En definitiva, debemos cerciorarnos de que nuestros interlocutores son capaces de interpretar correctamente los mensajes que emitimos, tanto aquellos de carácter no verbal como los relativos a las expresiones y palabras que utilizamos en clase.

  1. Encubrimiento conductual



Muchas veces en las relaciones sociales las personas no se muestran tal como son en realidad. En el ámbito educativo nos encontramos ante este tipo de situaciones: los estudiantes suelen presentar una conducta diferente cuando acceden al aula en la que manifiestan unas expresiones y gestos que son los que se supone que deben tener en clase. Por ejemplo, pueden realizar gestos que den a entender que se está comprendiendo lo que dice el profesor, asintiendo, moviendo la cabeza; o pueden hacer parecer que están realizando tareas. Obviamente hay una fina frontera entre que nuestra conducta sea una impostura constante y el hecho de adaptarnos a una situación social determinada que requiere de nuestra adaptación o simulación comportamental. Para entender a nuestro interlocutor, debemos tener en cuenta también que para el ser humano no es sencillo controlar los signos no verbales de una emoción determinada, aunque se pueda intentar fingir por medio de palabras que el sentimiento es otro. En una situación de nerviosismo o estrés no es fácil controlar la tensión muscular, la coloración de los pómulos, la sensación de mala digestión, la respiración agitada, las sacudidas nerviosas de manos y rodillas o el fruncimiento del ceño. A la hora de que se produzca una comunicación auténtica y verdadera en el marco educativo es importante intentar evitar este tipo de enmascaramiento, así como detectar cuándo los demás están recurriendo a él ya que es uno de los principales obstáculos para que se dé un proceso de comunicación y, por tanto, de enseñanza-aprendizaje, genuino y auténtico.

te dejo más información aquí abajo, un gusto poder brindarte información 😀✌

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